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La nueva "Melancholia" de Jesús Malia

Alejando prejuicios

Que el lector juegue a lo inusual. Que sus prejuicios se alejen lo más posible de aquella imagen de un joven Paul Newman en la película Cortina rasgada, donde sesudamente llenaba una pizarra de cálculos en una fantástica batalla de formas algebraicas contra viejo científico pro-ruso, en plena Guerra Fría. Elimine el que lea estas líneas a aquel Matt Damon como el genio que desafiaba los parámetros matemáticos establecidos, suspendido, sin embargo, en inteligencia emocional, en El indomable Will Hunting. No evoque ninguna relación entre los autores antologados en «Πoetas« y la “mente maravillosa” del matemático Forber Nash, recluido en su jaula de cristal de Princeton, escribiendo fórmulas sobre la pizarra nevada y con una necesidad imperiosa de encontrar un cerebro femenino, amante del cálculo algebraico, y que pudiese penetrar en un mundo carente de amor, sensualidad o carcajadas no publicables en revistas matemáticas. Todo esto debe ser despreciado a priori, boutades llenas de aprensiones hacia los amantes de la ciencia de Pitágoras.

Quizá, la imagen que nos acerca «Πoetas», la antología obra de Jesús Malia (Barbate, Cádiz 1978) y editada por Amargord es más la de un viejo Arquímedes gritando ¡Eureka!, desnudo por las calles de Siracusa una vez encontrada la solución al “principio” que lleva su mismo nombre Un ¡Eureka! semejante al que pueda gritar (ahora en silencio) Tomas Tranströmer al encontrar esa precisa palabra que define el exacto tono blanco de la nieve de su ventana de Estocolmo. Y es parecida exaltación que encuentra el matemático a la hora de despejar una equis es la misma que siente el poeta cuando encuentra la idea correspondiente a esa particular representación del mundo que constituye un poema. Y en este caso, el “lo encontré” de cualquiera de los autores que aparecen en el libro debe ser un grito doble ya que hallan el mismo placer a la hora de realizar ejercicios de alta complejidad matemática que a la hora de convertir las palabras en signos, dándose la posibilidad de jugar con ellas creando versos. El pasado histórico donde lo científico se mezcla con lo literario (pasado desbrozado por Malia en un cuidado prólogo que pone al lector en guardia ante lo hermosamente inusual de este libro), se convierte en este siglo XXI en en una exquisita fusión, cuasi-gastronómica, de los clásicos temas de la Poesía y los signos propios de la Matemática.

 Destierro de toda frialdad matemática en «Πoetas». La tibieza de lo rectilíneo, lo establecido y lo infinito se ve contrastado por la fascinación de estos autores por lo curvilíneo del Universo, por la expansión y el vacío de lo circular, por lo caótico. Nada tienen de bello dos líneas paralelas, la belleza estalla cuando ambas se cruzan. Ningún suceso ocurre en la soledad de una línea que se prolonga infinitamente. Sólo si se cruza con otra línea serán la bala y el soldado de una guerra o los dos seres que forman un matrimonio; en definitiva, las artífices de un nacimiento y de un diálogo establecido cuando esas dos soledades se encuentran. Toda una metáfora del Big-Bang en palabras de un Fernández Mallo, que comparte con sus colegas la obsesión por lo circular, desde los espejos redondos que deberían decorar nuestras casas a fin de expandir esa imagen que yace muerta al otro lado, a los pezones de los pechos de una mujer, tan deseados por el creador de la Postpoesía , que les dedica una bellísima salmodia, casi una oración, donde la forma circular de lo rosado se convierte para el poeta en una especie de Ítaca.

 La belleza y sus formas se constituye en obsesión para los antologados. Es el caso del venezolano Daniel Ruiz (un auténtico descubrimiento para esta autora) y su admiración por la deliciosa curvatura de la Tierra. Este espacio inasible en el que vivimos, tan difícil de aprehender, atomiza al hombre. Y a éste no le queda más remedio que comprender todo esa cosmogonía que le rodea mediante las palabras. La única forma de escapar de la inmutabilidad de las leyes de la Naturaleza, que nos rigen a su capricho, es la poesía, nuestra línea de fuga. Una vez convertido el ser humano en poeta, Ruiz propone agarrar regla y el compás y “dibujar” las palabras, haciéndolas nuestras: grandes y curvilíneas como esculturas de Bourgeois o de Serra, caminando entre ellas mientras su figura se agiganta o precipitándonos al vacío más completo, a la nada, al suicidio que existe dentro de una O, esa circunferencia que es “el abrazo perpetuo sobre la nada” en palabras de Ruiz. Éste comparte con Jesús Malia la preferencia por la Teoría del Caos, la admiración por la anarquía frente a las leyes inmutables.

En este libro, el poeta-matemático emula a los ojos asombrados de Kirsten Dunst ante la perfección aterradora del meterorito Melancholia, en la película homónima de Lars von Trier. El meteoro, irregular e impredecible en su trayectoria, es un pequeño trastorno que, como argumenta Javier Moreno, generará una gran devastación.  No sólo el Caos afecta a una Tierra arrasada por un meteorito caprichoso. Moreno se complace también en lo impredecible del rayo que cae por casualidad partiendo un árbol o de las estatuas mutiladas que hicieron ganar guerras a los espartanos o de cómo el paso de 55 a 56 gramos de uranio demolerían todo el planeta. O cómo, en un ejemplo lleno de gracia poética, “un verano explota al pelar una naranja”. En numerosas ocasiones, para comprender el resultado de algo, tanto en la matemática como en la vida, hay que diseccionar ese resultado, esa última explosión nuclear, esa devastación del meteoro, para reducirlo a un pensamiento explicable. El poeta murciano Javier Moreno postula por hacer sencilla la ciencia, ya que partiendo de la comprensión de varios puntos se puede llegar a entender el total, poniendo de ejemplo el mar, que parte de una sola ola pero se vale de miles para golpear.

 El mar es sabio, jamás optaría por golpear la tierra que lo circunda con una sola ola. De lo contrario corremos el peligro de desbordar el horizonte cuando no sabemos qué habrá del otro lado. (De “Veintidós pasos en el interior de la luz”)

 El mismo postulado que utiliza Moreno sirve para que Jesús Malia nos explique “su” Madrid, una especie de Godzilla que no puede entenderse-ni vivirse sin haber antes amerizado en Cádiz, sin haber transitado por el desierto del álgebra… Porque beber salado y escalar muro sin cuerda es su base para luego zambullirse en la desazón de las calles y las multitudes capitalinas.

 que para empezar a escribir en cadencia de mar

o a ritmo de martillo que me late el cincel

y que anima la piedra y letifica

tuve antes que hacer y tragarme muchisima playa

 Esa soledad es también parte de la poética del catalán David Jou, que ruega al lector tener piedad del físico para el que nada existe ni nada hay (ni universo, ni mundo con sus placeres y delicias) mientras no encuentre ese eureka de la que hablábamos al principio. Doble plegaria hacia el lector en el caso del físico-poeta que se enfrenta a la necesidad de explicar el universo para poder dominar la Naturaleza. Y es que, aunque intente ahondar en su profundidad, someterla y diseccionarla, seguirá siendo un misterio inasible cuya belleza deslumbra al poeta o al astrónomo que contempla las estrellas. Una inmensidad la del cosmos que nos rodea que lejos de provocar la soledad, se convierte en acompañamiento perpetuo.

 (6. Nocturno de Berlín y Nueva York)

…En las lentes, en los espejos, en las pantallas, las imágenes de las estrellas enrojecidas por la edad, los grandes vacíos entre galaxias, el infinito, la inmensidad. Y cuando el astrónomo regresa a su hogar, la soledad pesa más que las estrellas.

 Esa verdadera soledad que se siente al alejarse del telescopio y llegar al sillón de casa es la misma que aparece al separarse de un amor y por tanto de la posibilidad de crear juntos una progenie.

 Especiación

 

Todo era posible entre nosotros,

todo era posible; una vida en común,

Hijos, futuro,

Nietos, biznietos,

Una larga descendencia (…)

Todo era posible,

Pero

               Divergimos    quedamos separados

 El amor enredado en los signos

Es lo amoroso otro tema central en este libro, desde el caso de Jesús Malia, que reinventa las leyes de la física en una oda al ser amado (imitando tu boca/dada a la risa/giraran los planetas del sistema solar/primera ley de Kepler y de malia), al caso de Fernández Mallo que pasea por las redondeces de unos senos femeninos mal dibujados tras un cristal biselado (La vi tras los cristales sucios y biselados de una tienda de informática, silueta opalescente entre el parapadeo de los monitores, el pelo atado a una trenza, una talla sinuosa en el quicio de la puerta cuando di tres toques). Amor en forma de palabras que nos llegan a través del número de teléfono, como versifica el burgalés José Florencio Martínez. (Por esos números me cuelo a ti./ Descuelgas y me cuelgo de tu voz./Tacto para el oído. Sí. Unos números/desovillan tu voz de la madeja/del mundo…). Ese amor también aparece en la más inextricable profundidad matemática: su cifra de nacimiento y muerte están incluidos en el número Pi si a cada una de sus cifras le asignamos una letra, tal y como nos descubre David Jou (en los decimales del número Pi,/y que en algún lugar del número Pi podéis hallar,/ juntos, vuestro nombre y el de vuestro amor/ y el nombre de vuestrso hijos, y las fechas del nacimiento y la muerte/de cada uno de nosotros).

 Ojo: no siempre es mala la soledad. Ésta es deseable cuando el matemático o el poeta busca el encuentro con la palabra, con la fórmula a fin de llegar a la creación o a la solución. Dice el madrileño Julio Reija en “Entrada a la caverna de Pitágoras”: La raíz invisible de la piedra desnuda/seduce como cuando está escondido/ y el joven matemático/se oculta, igual que ella, dentro de ella,/buscando el sueño lúcido,/ el divino entusiasmo que lo guíe/ a la inmóvil dinamo de la forma,/ la cabal relación de relaciones/que enlaza parte y todo/ en su íntimo baile/.

 Otro tema recurrente en la antología es el deseo de huida de lo lineal y simétrico, que es muerte y tedio en la Naturaleza y la aburrida cotidianeidad de la existencia en nuestro día a día. El rechazo a lo prestablecido socialmente tiene un soberbio ejemplo en el poema Al fatigado de Hinostroza, frente a esa permanencia deseada de que nada se salga del patrón, del tránsito vital…la mesa preparada para la cena, la amistad que viene de la escuela, la familia, el burgués va perdiendo todo el saber que proporciona el otro lado de la vida, el que se ve desde la bebida, el que te lleva a los sueños imposibles en los que quizá anide lo perverso y lo selecto (Vuelve a no saber nada el que está sobrio/Sabe que el mundo gira y florecen/Huesos putrefactos. Sabe que se repite el ciclo de las/Estaciones/Y que las estrellas cambian de lugar. No sabe nada/El que está sobrio). El burgués que se irá a la cama como cada noche dejando de lado todo lo posible, cuando debería dedicarse a buscar el amor frenéticamente ya que la existencia es, al fin y al cabo, un nadar a contracorriente (metáfora plena en el poema Quinteto del salmón). Si llegamos al mundo con los pulmones henchidos de mocos y morimos en la podredumbre (triste Alfas y Omegas)  sólo nos resta vivir en la belleza o en la “Ilíada” amorosa (mal aire/tus pulmones se cubren de moco e incrustaciones pétreas/no respiras amor: buscas amor/movimientos brownianos/latigazos de cilios sobre el agua podrida/&remontar un brazo de río es más que remontar un/brazo).

 Fuera de la búsqueda de los grandes temas de la Literatura, en la poética de cada uno de los autores tiene esta cuidada antología un rasgo que sólo ella nos podía ofrecer al unir las matemáticas y la literatura: la simple belleza de la contemplación misma de la unión de  palabras y números. Hay algo casi salmódico en las temáticas de Enrique Verástegui y Ramón Dachs (el acuñador del término Topoèmologie). Éste último propone la utilización de la escritura fractal a fin de remplazar la sintaxis común por una geométrica, proponiendo usar para ello la Topología (que estudia la evolución de las formas en el espacio como clave para leer poesía), según relata en una entrevista recogida en estas páginas a propósito de su libro Blanc. Topoèmologie. Y digo que sus textos son salmódicos porque en el caso de Verástegui reformula una y otra vez la misma frase otorgando a las palabras en sí mismas tanta importancia como a los términos matemáticos. Verástegui juega con las palabras y ese retoce con ellas nos permite obtener una idea de cómo es el poeta mismo (“MÚLTIPLE DISPERSO CARNE ESCRITURA DE VERSO”). Los signos si se combinan algebraicamente darán lugar a la gramática pero también un signo matemático unido a otros podrá formar una ecuación, una fórmula o todo un cántico.

 ΠOETAS nos ofrece, por tanto, un microscopio a través del cual mirar en el mundo matemático. Con los aumentos adecuados, lo visible a simple vista en la placa de Petri (esto es, complicada ecuaciones aptas sólo para unas mentes privilegiadas) se transforma en un universo al que la influencia de las palabras dota de sensualidad, belleza, misterio o lo que es lo mismo toda una constelación donde brillan cada uno de los actos más nimios o más trascendentales de la existencia de los lectores. Hay que agradecer al poeta Jesús Malia esta puesta al día de esa unión histórica de la palabra y el signo, esa urgencia a que los poetas consideremos las Matemáticas un elemento ya imprescindible desde esta antología a la hora de la crear.

Carmen Garrido (Culturamas)